domingo, 19 de diciembre de 2010

Alicia I


Se retorcía en su cama por el dolor en cada contracción. Ella pensaba que lo mejor que le podía ocurrir en ese momento era que el sabor del whisky recorriese sus papilas gustativas de principio a fin como solía hacerlo tiempo atrás. La sensación de vacío y libertad que le producía estar bajo el estado de ebriedad era tal, que por un momento pensaba estar olvidada y quizás muerta.

Pero ahora tendría una nueva responsabilidad. “Hijo de puta” pensaba cada vez que recordaba vagamente la cara de aquel hombre con el que tan bien lo pasó aquella noche y lo mucho que la estaba haciendo sufrir por no haber dicho que no a sus proposiciones nocturnas. Ella le echaba la culpa al alcohol, sus padres antes de cerrarle la puerta en las narices se la echaban a su forma de comportarse con el mundo. No concebían como una mujer de 27 años como ella siguiese con un ritmo de vida tan poco productivo y autodestructivo. “Esto me duele más a mí” le dijo su padre antes de negarle ayuda a su única hija.

Ahora, se encuentra más sola que nunca. Ella no deseaba ese final, pero fue la única solución que encontró viable. Todos le habían negado su ayuda.

Fue entonces, cuando aún con la cara empapada en sus propias lágrimas se acercó a la ventana que daba al inmenso patio de luces y le vio la espalda. Se quedó fascinada y sus ojos comportándose esta vez como seres autónomos la obligaban a observar como aquella persona se secaba con tanta delicadeza su cuerpo, dejando a la vista hermosas partes de su anatomía a las que antes ella no había prestado atención y en ese mismo instante se estaba dando cuenta de la sensación tan complaciente que le provocaban. La chica de la toalla, que así la bautizó, se giró y por un momento sus miradas se cruzaron, el tiempo que tardó Alicia en fingir que estaba colocando las cortinas de su cuarto y el que aquella hermosa mujer, a la que ahora le vio la cara, bajó provocando un estruendo la pequeñísima persiana gris, quizás producto de la polución de las ciudades grandes, de aquel minúsculo cuarto de baño.

Esa noche, Alicia no durmió. Por su cabeza no dejaban de pasar recuerdos de esas últimas semanas. Ansiaba la sensación de vacío que buscaba con su botella de ron barato, el sabor de un cigarrillo recién encendido en sus labios y las pequeñas quemaduras de sus dedos que ella misma se hacía cuando ya no veía bien ni sus propias manos…también pensaba en lo que había ocurrido aquella tarde, y volvía a pensar “hijo de puta” pero…otra vez hablando consigo misma se justificaba ya que no había encontrado otra solución; finalmente, apareció en su mente aquella espalda tan perfecta que le recordaba a las esculturas griegas que estudiaba con tanta curiosidad cuando era una adolescente...recordaba como aquella chica arrastraba la toalla por sus brazos haciendo desaparecer todas las gotas de agua de su cuerpo, pareciendo que se despedía de todas ellas con amor…cerraba los ojos y se peinaba el pelo húmedo y después se acercó al espejo para retirar todo el vaho producido por el calor de aquella ducha de invierno…Alicia calló rendida ante esos encantos y ante su propia reacción de sorpresa, pero finalmente, con las luces del alba, cuando el mundo abría sus ojos, ella cerraba los suyos.

1 comentario:

  1. Si alguna vez tengo algo que decir, tú puedes callarme. Porque a ver qué suelto ahora después de haberte leído...
    Me fascinas, Lúa, y aunque a mí misma me parezca ya increíble me sigues sorprendiendo. Este texto pudo haber tomado tantos rumbos... y sin embargo esa espalda me a trastocado como a Alicia y ahora ya no se me ocurre nada inteligente y sano que comentarte porque... poco más puedo decir.

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